Tiempo atrás, Google era la puerta de entrada a Internet. Nosotros, los usuarios, le dimos ese poder. Confiamos en él para que nos organizara ese enjambre caótico y vital que era Internet. Hoy, todo ha cambiado.
Hubo un momento dorado donde la red había dejado de ser una novedad pero todavía no había alcanzado el nivel de masividad del que dispone hoy. Muchos querían estar pero no todos sabían bien cómo y por qué. Los webmaster competían por poner los banners más grandes y estridentes.
En ese estado de cuasi anarquía llegó Google. Su pantalla blanca, el cuadro de búsqueda y un simple botón eran un bálsamo en una web con una gráfica mayormente horrible y de tiempos imposibles con el dial up. Su premisa era simple: mostrar los resultados de una búsqueda de manera sencilla, clara y sin hacer trampas ¿El secreto? Un algoritmo encargado de ordenar los resultados de búsqueda basado en la popularidad, esto es, la cantidad de veces que un sitio o página era citado por otro.
Por defecto, casi todo el mundo eligió comenzar a navegar la web desde Google. Recetas de cocina, artículos científicos o coleccionistas fanáticos discutiendo en foros. Google rastreaba y organizaba toda esa información.
Cuando esto se hizo bastante notorio, fue evidente que había que desarrollar una estrategia para aparecer primero en la lista de resultados de Google sin pagar. Más que por el dinero, aparecer en las primeras posiciones era una carta de confianza para el sitio web.
Comenzó el SEO y cualquier negocio sobre Internet que pretendiera vivir en el mundo digital se preocupó por ganar los primeros lugares. También se cometieron excesos: muchos sitios fueron construidos pensando más en Google que en los usuarios. Pero la llegada de la web 2.0 o web social lo cambió todo.
La Web Social
De pronto, los usuarios reconocieron que era más interesantes usar la web para conectarse con amigos que para rastrear información exótica. Los blogs hicieron un buen trabajo y actuaron como editores del mundo digital. Seleccionaron y filtraron información, le dieron un orden y jerarquía a las noticias y le añadieron una mirada fresca y personal a los asuntos. Eso mismo que tanto les costaba a los grandes medios acostumbrados a producir noticias bajo un modelo industrial.
Facebook dio la puntada final para poner todo patas arriba. El día ya no comenzaba con la pantalla blanca de Google sino con una línea de tiempo para mirar lo que hacían nuestros amigos y, algo más tarde, la familia. Y luego vino Twitter con la exótica idea de enviar mensajes cortos a todo el mundo: ya teníamos a nuestros líderes de opinión en directo, sin intermediación y conociendo sus ideas en tiempo real.
Sí, no estoy descubriendo nada nuevo. Es solo para poner las cosas en contexto. En la hipersaturada Internet de hoy el bombardeo es constante: mail marketing, publicidad paga en grandes medios, redes de publicidad para sitios más pequeños, pensamientos patrocinados en Twitter, banners que emergen por doquier y saltan a cualquier sitio, notificaciones, servicios de recomendación personalizados, sitios que filtran y organizan lo que ya está filtrado y organizado.
¿Qué lugar queda para tipear una búsqueda en la pantalla blanca de Google? ¿Cuán reconfortante resulta una página de resultados con mapas, imágenes, video, publicidad y enlaces que ocupan las primeras posiciones haciendo trampa o gastando dinero en posicionarse? Vayamos al grano: ¿Quién es Google para decirme determinar qué es más relevante para mí?
¿Podemos vivir sin Google?
Hace poco Mariano Amartino hizo un experimento interesante en su reconido blog Denken Über: comenzó a borrar su sitio de Google, a excepción de su página principal. Cansado de que otros robaron su contenido y estuvieran mejor posicionados por el algoritmo del buscador, decidió autoeliminarse.
Previsiblemente, su tráfico bajó. En cambio, creció el tiempo promedio de permanencia en el sitio y la tasa de participación. Claro, pudo hacerlo porque su blog no tiene publicidad. Pero dejó abierta una puerta interesante que de algún modo inspiró esta pregunta: ¿es imprescindible Google hoy?
Seguramente, sí. Pero no tanto para buscar información. Las redes sociales funcionan mucho mejor para compartir contenido porque naturalmente nos vinculamos con quienes tenemos algún interés en común. Al mismo tiempo, Internet y los usuarios han madurado lo suficiente como para saber dónde encontrar información sin necesidad de detenerse en la pantalla blanca. Es más, muchas veces, terminamos usando Google como un ayudamemorias para recordar la dirección de un sito determinado que ya conocemos.
Donde sí Google siendo muy fuerte es como proveedor de infraestructura de servicios. A nivel funcional, Gmail es por lejos el mejor webmail que existe. Con Google Docs (ahora Google Drive) hizo que nos olvidáramos de abrir Word o Excel para generar pequeños documentos con la invalorable ventaja de tenerlo disponible online y poder compartirlo con un clic. El fiasco de Apple al prescindir de Google Maps en sus iPhone nos recuerda lo bien que funcionan sus mapas. YouTube es prácticamente sinónimo de videos en la web. Y si seguimos repasando su lista de servicios hay muchos sin los cuales sería muy difícil seguir haciendo las cosas que hacemos normalmente en Internet.
La pantalla blanca de Google fue un faro mientras búscabamos a tientas información en Internet. Pero hoy hemos puesto nuestra confianza también en otros lugares. En nuestros amigos que están en Facebook, en los líderes de opinión que seguimos en Twitter, en el blog, revista o medio digital que busca, organiza y edita la información que nos interesa o en los foros de expertos donde una buena respuesta vale por mil búsquedas.
Al final de cuentas, los algoritmos funcionan muy bien pero los humanos somos mejores en algo: hacer trampa.